lunes, 23 de mayo de 2011

Preludio


Arena, todo arena y, de frente, el mar. Una vida hecha con castillos de arena y latidos salados, unas manos manchadas de ilusión y unas pupilas que reflejan los ecos de la luz más allá del horizonte. El niño que juega entre torretas saladas y arenas de ilusión se refugia en ellas de la mirada del hombre que lo observa desde la lejanía. Se acerca. Tarde o temprano tenía que hacerlo.

Con sus pies enmocasinados seca la arena mojada de su alrededor y la convierte en asfalto, y los castillos se derrumban con el baile de su corbata dando órdenes al viento que corre despavorido por la playa.
Llega a la altura del muchacho y echa un vistazo a la construcción de aquel barrio de inocencia. Se ríe mientras alisa su corbata con el dedo índice y sin corazón y se saca un puñado de billetes calcinados de su bolsillo.
El pequeño mira hacia arriba aterrorizado por el gris en su mirada. Con voz baja pero decidida le dice:

-Lo lamento, señor. Es usted un auténtico hombre.

El tipo suelta una carcajada mientras el graznido de las gaviotas eriza la piel de arena de la playa.


              Se acercan cambios.
                             Se acerca índice.
                                          Se pierde corazón.


“La vida nos atrapará
sin remedio junto al mar,
aún nos queda tiempo.
¿Crees que les importará
que nos vaya bien o mal,
que estemos vivos o muertos?”

La habitación roja.

sábado, 14 de mayo de 2011

Nube

Nunca creí que fuera verdad. Nunca pude imaginarme que fuera cierto que el aire es capaz de respirar por sí mismo, ni que acelerara su ritmo cuando le hablo de nosotros al oído. Es cierto que siempre he sido demasiado escéptico como para pararme a pensar en la sacralidad del baile de los pétalos o en que el cielo es propenso a lanzar miradas huidizas cuando me doy la vuelta. Pero es que ahora el cielo, como todo, es diferente.
Últimamente no reconozco mis retratos contra el suelo ni mis conversaciones con la pared. Ahora que el mundo se da tanta prisa en todo y se deja olvidados los espacios para vivir en los andenes del metro, yo los recojo y los envío por correo a cualquier destinatario sin esperar ninguna respuesta. Me gusta recostarme sobre mi propio silencio y admirar mis cadenas, ver cómo se recrean en la exactitud de su plena inexistencia.
Es agradable ver la Tierra de noche, del mismo modo del que se ve si cierro los ojos y dejo que la hierba respire por mí sin hacer ruido, recostándose y dormitando al igual que lo hago yo. También lo es ver el mundo desde arriba, donde no alcanzan las malas cosechas ni da frutos el desengaño. Desde aquí arriba puedo respirar bien.


¿Y el amor? ¿No respira el amor, acaso? 

lunes, 2 de mayo de 2011

Granate


No puedo dejar de observarla a través de la ventana.
Vuelve a sonar el despertador. Se levanta y echa un vistazo a la mesilla: nada nuevo, excepto un poco de ceniza entre recuerdos de desagüe. Está cansada, pero su cabeza no deja de dar vueltas alrededor de una pista cubierta en la que se desnudan sus sábanas de algodón color granate.

- Me gustaría que me miraras de vez en cuando, pero no quiero que me martirices, ni que hagas de las estrellas tu entretenimiento preferido.

Echo de menos tu olor a canela cuando añoro disolverme en tus deseos. Me gustaría no fiarme de ti, porque vas a mentirme. Porque vamos a mentirnos. Quiero que sepas que pienso agarrar la primera oferta de expulsión de tus noches y de mi adicción. Pero sé que vendrás conmigo en cada mirada perdida al asiento del fondo del vagón.
Envidio profundamente a todos aquellos pasajeros que atraviesan tus necesidades cada noche sin pasaporte ni destino. Me gusta estrujar entre mis manos una flor con espinas y que me absorbas con tu ansia coja y preciada. Es agradable quedarse en tu levante sabiendo que hay más a los que regalas billetes al invierno y les finges el verano.

Haces de nosotros tus cómplices, nos vendes la moto, nos pinchas la fe.

Me gustaría que desatornillaras mis silencios a caballo y colgaras en una cuerda mis palabras para que se secaran junto a la esperanza que desgastaste hace ya algún tiempo. Aunque es cierto que se está bastante a gusto en el silencio, arropado entre esta incertidumbre del qué será de ese nosotros que no es nada.
Mientras tanto, ábreme el pecho con un puñado de mordiscos llenos de promesas con sarro. Me da igual. Pienso ser el compañero perfecto para tus mentiras. Fingiré que no sé que ellos saben que soy uno más y quemaré mi ropa con tu piel todas las noches en que me concedas el honor de ese baile.

-Yo seré tu estrella, tu mirada. Tu entretenimiento.