martes, 15 de febrero de 2011

Latidos constipados

Trenes. Trenes que van y que vuelven. Trenes que llevan proyectos de vida caducos a corto plazo que fracasan en su intento de desgajar el pasado. Trenes que conectan estaciones llenas de azulejos en las que los sentimientos decrecen hasta convertirse en granos, en posos en el fondo de alguna taza de café. La idea de bucear entre la grava para el drenaje se vuelve estúpida, y lo único que queda es la indecisión; el no querer subir al tren, ni bajar, ni darnos cuenta de que ya estamos dentro. Es entonces cuando renunciamos a las alas, y olvidamos mirar al cielo.

¿Recuerdas el frío? Sí, me refiero a esa cicatriz incandescente. Hablo del maltrato al carácter níveo de tu piel, de las escamas de aquel personaje menguante. Jamás podré olvidar el pulso de la soledad en las muñecas, ni las partidas de vuelta y media. Quizá me haya enamorado de la necesidad, pero es que aborrezco los labios que prometen coral y he desertado del conflicto de las mañanas de resaca por pasarse con las copas de falsas esperanzas y corazones destilados la noche anterior. Reniego del deslugar, del ruido casi compacto del sueño de las velas apagadas, de las dosis sin hielo de malos tragos. Estoy pensando en comprarme un sombrero para poder perderlo en la autopista del viento, cuando pise el acelerador de la respiración y pueda hacer un corte de manga a algún lunes desabrochado.

Puede que nunca fuera bueno poner condiciones al amor incondicional, pero siempre resultó atractivo ataviar con colores acidulados los paseos bajo el tartamudeo de las persianas.

Olvida los trenes; olvídalos conmigo. Ahora lo que quiero es quedarme con una fila interminable de caricias tácitas que afloren mientras me desvisto con tu mirada y chapoteo en mi necesidad cuando se agrieten las noches de franela; cuando los pulmones estén ya negros de decepción; cuando ya sean tantas taras las que tenga, que mi valor pida limosna en la puerta de las estaciones; cuando ya no queden más paraguas para los berrinches de sístole y diástole.

1 comentario:

  1. Quizá me haya enamorado de la necesidad, pero es que aborrezco los labios que prometen coral y he desertado del conflicto de las mañanas de resaca por pasarse con las copas de falsas esperanzas y corazones destilados la noche anterior.

    Me ha llegado muchísimo.

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