sábado, 5 de febrero de 2011

"Por las calles voy dejando..."


Lo más divertido que puede haber
es recoger cosas del suelo.

Es andar por una calle que creíste conocer hace vidas, y, a pesar del dorado lánguido en almíbar que se aposta en tu pelo, negarse a beatificar a la soledad con sonrisas y a regalarle rosas al escarmiento. Quizá me pierda y me quede los pasos en casa, guardados en el cajón de los calcetines; pero, al rato, siempre termino encontrándome un cerco de ese sabor tostado a domingo en los bolsillos –aunque los haya que no duden en hacerme llorar. Puede que sea mi obsesión por desmontar bigotes, o por desmembrar las horas del té, pero nunca he podido evitar descabezar las manecillas de esa niebla que cubre los relojes y arropa el pecho de los disfraces de los muertos, de esos que viven al margen de los cruces entre verano e invierno en los choques de avenidas.

Es agradable caminar en llano, porque así las luces no corren ni hacia arriba ni hacia abajo. De vez en cuando puedo agacharme a recoger alguna buena idea para un café, o invitar a los reflejos de los cristales a habitar los castilletes que han pasado de poblar mis ideas a idear mi alrededor. Pueden servirse de ellos para descamisarse, para iniciar una rebelión con los pinceles o beberse la conformidad adulterada con medias de caramelo, con ese mercado de húmedas virtudes que difuminan una amarga benignidad que participa en una competición de bailes hipotecados; que la confunden, que la corrompen, que la embelesan.

Si caminas, puedes manchar de amarillo las paredes de la luna y tirarle huevos a la cara. Pero eso ya es demasiado divertido como para encontrárselo en el suelo a plena luz del día; para eso suelo tener que poner de mi parte.

Lo más divertido y, al mismo tiempo, desconcertante de todo, es el momento en el que la luz se vuelve roja. Entonces, su grito se funde en mi piel y condena a mis inquietudes a picar piedra en la cantera de los sueños despegados. Me destierra por vender ideales a orillas del río. Mis pies se retraen y empiezan a mentir, a hablar de caminos que se pierden por campos color añil y que nunca se terminan, a jugárselo todo en una mano contra mí y conseguir engañarme.

No me importa. No me importa porque sé que volveré mañana. Volveré a caminar en llano, en un domingo en mitad de cualquier lunes, o martes, o miércoles… o domingo, mismo. Y durante mi regreso, iré contando, una vez más, los versos que me he encontrado en suelo, justo sobre tu pecho, y las nubes de color rosa y lila que reclaman su independencia al cielo entre tantos castilletes manchados de amarillo y calcetines encajonados.

Mañana volveré. No hay nada mejor que recoger cosas del suelo, aunque a veces digan que está feo.


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